También nos dijimos que no más de tres años en Terrassa...y ahora empezamos el cuarto.
Para el niño que ama las estampas, los mapas,
el universo iguala a su vasto deseo.
¡Ah, qué grande es el mundo al fulgor de la lámpara,
qué pequeño resulta a la luz del recuerdo!
Partimos con el alba, el cerebro inflamado
y con el pecho lleno de rencor y de afanes,
y marchamos siguiendo el ritmo de las ondas,
mientras el infinito del mar acuna el nuestro:
unos huyen, gozosos, de alguna patria infame,
otros de los horrores de su cuna y algunos,
astrólogos que anegan de una mujer los ojos,
la tiránica Circe de peligroso aroma.
Para no transformarse en bestias se embriagan
con la luz, el espacio, los encendidos cielos;
el hielo que los muerde, los soles que los bruñen
les borran lentamente la huella de los besos.
Pero los verdaderos viajeros son los que simplemente parten
por partir; los corazones ligeros,
semejantes a un globo, de su fatalidad nunca se apartan
y sin saber por qué, siempre dicen: ¡Vamos!
¡Aquel cuyo deseo tiene forma de nube
y que sueña lo mismo que un soldado el cañon,
con voluptuosidades amplias, desconocidas,
cuyo nombre jamás supieron los humanos!
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